Guerra. La guerra nunca cambia. Los romanos emprendieron la guerra para reunir esclavos y riquezas. España construyó un imperio de su lujuria por el oro y el territorio. Hitler convirtió a Alemania en una superpotencia económica. El fin del mundo ocurrió casi como lo habíamos predicho. En dos horas, la mayor parte del planeta se redujo a cenizas. El mundo estaba sumiso en un abismo de fuego nuclear y radiación. Algunos fueron capaces de cubrirse en grandes refugios subterráneos, específicamente construidos para esto. Tenían agua, comedores, energía nuclear, centros médicos y otras instalaciones que podrían proporcionar una vida cómoda a cientos personas durante varios siglos. Encarcelado con seguridad detrás de la gran puerta de la bóveda, bajo una montaña de piedra, una generación ha vivido sin conocimiento del mundo exterior. Porque en aquel día fatídico, cuando el fuego llovía del cielo, la gigantesca puerta de acero se cerró… y nunca volvió a abrirse. Fue aquí donde naciste. Es aquí donde moririas.
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